- Patronio, uno de mis nuevos criados me ha preguntado si podría infiltrarse, sin invitación, en una fiesta a la que acudiré esta noche, que es exclusivamente para gente de alto rango. Él me ha dicho que desea con todas sus fuerzas unirse a nuestra vida de ricos, con todo lo bueno que esto supone: ¿debería yo acompañarle para que le dejen pasar y pueda disfrutar de esta buena vida?.
- Señor conde Lucanor, no le recomiendo yo a su amigo entrar en este mundo tan ajeno y lejano al suyo. Podría acabar este experimento, o si no, mire lo que le ocurrió a un burrito en cierta fábula.
- ¿Que le ocurrió?.
- Señor Conde, - comenzó Patronio - estaba un burrito en su establo, y veía todos los días como su amo y sus amigos, le daban cariño a un perrillo muy bonito. Le aplaudían al ponerse en pie, al darle besitos a la dueña ... y lo premiaban también dándole comida de personas, acariciándolo y correspondiéndole el amor que el cachorro demostraba con sus actos.
El pobre burrito quería también ese amor del cual, según su forma de pensar, era aún más merecedor que el perrito, pues él cargaba la leña que usaban para darse calor y la harina con la que cocinaban, y esto era más importante que cualquier cosa que pudiera hacer ese cachorrito. Entonces fue cuando decidió que iba a jugar con su dueña, se pondría a dos pies ... todo lo que hacía ese perrito, con la idea de que recibiría más cariño que él.
Salió del establo, totalmente convencido de que le iban a colmar de caricias y carantoñas. Rebuznando bien alto se acercó a la sala donde su dueña se encentraba, preparado para darle mucho cariño. Así que se puso a dos patas y colocó sus patas delanteras sobre los hombros de su ama. Ella empezó a gritar por miedo, asustada de aquel enorme animal que tenía apoyado en sus brazos. Poco después, llegaron los criados de la dueña y apartaron al burro de encima de su señora.
El burro, impresionado y asustado, fue apaleado por los collazos. Sintió un gran dolor el pobre animal, pues hasta rompieron estacas y palos pegándole. Y allí quedó el burro, tirado en el campo, intentando resistir con todas sus fuerzas y evitar su muerte; pero no lo consiguió.
Vos, señor Conde Lucanor, debeis ver que es mejor que cada uno se resigne a su vida, y no intente hacer cosas que parezcan imposibles. Así que aconsejadle a ese joven, que no acuda a esa fiesta si no desea acabar como este burrito.
Al conde le encantó la fábula, y se convenció de no dejar ir a su criado a dicha fiesta.
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