Hambre. Estaba muerto de hambre. Llevaba dos días sin comer y un lobo no está acostumbrado a estar tanto tiempo en ayuno, y menos aún, un lobo tan fuerte y varonil como yo. Vagaba yo sin rumbo por el bosque buscando algún conejo, algún ciervo, algún zorro, ¡algo de comer!, pero nada, ni un simple movimiento que delatase la posición de alguno de estos deliociosos manjares de los cuales me urgía disfrutar.
Ya me había resignado a mi hambriento destino, cuando una niña alegre y pequeña, con una cesta en la mano, caminaba saltando y cantando por el medio del bosque. Era mi oportunidad. La comida más suculenta delante de mí, sin haberla esperado siquiera. Decidí preguntarle a dónde iba, por si acaso iba a reunirse con alguien y así pasaría a darme un doble festín.
- Hola, presiosa niñita - dije con aparente amabilidad.
- Hola, ¿quién es usted? - preguntó temerosa y dubitativa.
- Soy el lobo guardián del bosque y me encargo de asegurarme del destino de todos los que pasan por el bosque, ¿a donde te diriges? - mentí con descaro.
- Um... - dudó - a casa de mi abuelita, a llevarle esta comida - dijo señalando la cesta - su casa esta en el valle norte del bosque - añadió.
- Oh! yo se un atajo por el cual se llega mucho antes a ese valle; debes tomar ese camino de ahí y luego seguirlo hasta llegar al valle - le indiqué.
- Muchas gracias Sr. Lobo, que pase usted un buen día - se despidió la niña mientras se alejaba.
- Igualmente - le contesté.
Lo que esa pequeña niña no sabía, era que le había mentido: ella iría por un camino el doble de largo y yo por el atajo y cuando llegase a casa de su abuelita, yo ya habría tomado el primer plato de mi festín.
Pasados diez minutos andando ya me encontraba en la casa de la abuelita. Entré con sigilo por una ventana abierta y sorprendí a la señora en la cama. Después de acabar tan delicioso manjar, decidí ponerme su ropa, esconder los restos y meterme en la cama de la abuelita. Justo antes de hacer esto último me miré al espejo, estaba realmente ridículo, pero me parecía muchísimo a la abuela de la niña. Cinco minutos más tarde, la pequeña entró por la puerta con un sonoro y alegre "¡Hola abuela!, ya estoy aquí, ¿cómo te encuentras?". Luego entró en la habitación y me bombardeó a preguntas:
- Abuela, tienes los ojos muy grandes.
- Son, ... para verte mejor.
- Y tus orejas, son inmensas.
- Son para oirte mejor.
- Y tu boca, ¡es descomunal!.
- Es ... para ¡COMERTE MEJOR!
Y así empecé a disfrutar del segundo plato de mi festín. Cuando acabé, salí de la casa y me encontré con un leñador que, al verme manchado de sangre (un gran descuido por mi parte), delante de la casa de la abuelita y saliendo de su interior, intuyó lo sucedido, me agarró y me tiró al suelo. Luego cogió su hacha y me abrió el estómago. Pocos instantes después mi vida acabó. Pero, por lo menos, había muerto con la tripa llena.
Me gusta mucho María, ¡un beso!
ResponderEliminarHola María!
ResponderEliminarA mí también me ha gustado, seguro que el Mago Merlín te pone un diez en su corazón. Has sabido narrar a la perfección hechos ya demasiado manidos pero a la vez los has hecho entretenidos y con los que se puede disfrutar como yo ya he hecho y seguro muchas otras personas harán.
Recuerdos desde mi mundo romántico.
Tom
¿Desde dónde nos cuenta este lobo su historia? Espero que no sea desde el infierno, porque, aunque se come a Caperucita y a su abuela, es simpático, y me encanta esa resignación filosófica con que acepta la muerte (destripado con un hacha, el pobre). Y tenía tanta hambre...
ResponderEliminarUn saludo, Maríafcb.
Me encanta María!!! Está super bien!!!
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